🇪🇸 Antes mi profesión que mi trabajo
En mi trabajo soy una planta. Me limito a existir. Sólo necesito un poquito de agua y sol. Las plantas no discuten, fotosintetizan luz de monitor en dinero a final de mes. Mi trabajo acaba a media tar
Hoy publico un articulo que no es mio, pero me parecia demasiado bueno para no compartirlo.
Es una pena que a veces no tengamos los espacios seguro en nuestras organizaciones para poder compartir lo que pensamos, hoy le doy voz a una persona que ha preferido permanecer anonima.
Versión traducida al inglés: https://open.substack.com/pub/emmanuelvalverderamos/p/my-profession-before-my-job
Me encanta mi profesión. Me encanta el software. Pero no solo el software, ojo, también todo lo que hay a su alrededor: Me encanta dar forma y formar parte de equipos, me encanta entender a las personas con las que trabajo y examinar nuestras relaciones. Me gusta quién soy cuando programo y me estimula de una manera que ninguna otra cosa consigue. Me encanta aprender. Estoy muy feliz por haber encontrado mi vocación.
Durante mucho tiempo, esto del software ha sido uno de los pilares que sustentaban mi autopercepción y que me hacían sentir bien con lo que hacía. Ha sido algo prioritario en mi vida: he tomado decisiones basadas en maximizar este sentimiento positivo. Algunas de ellas con consecuencias desagradables y algunas con resultado totalmente distinto al esperado. No me arrepiento de ninguna aunque he aprendido de ellas y hoy elegiría distinto.
Hace poco me halagaron pidiéndome formar parte como fundador y brazo técnico de un proyecto interesante y, para mi sorpresa, tuve clarísimo que diría que no desde el principio. Incluso dejé a mi parte más soñadora darse un paseo por la fantasía del éxito. Te digo más, he tenido claro que probablemente jamás vuelva a pasar por la montaña rusa de arrancar un proyecto desde cero. Been there and done that. Simplemente ya no me interesa.
Hace bastantes años que elijo mi trabajo, eso es un privilegio que hay que apreciar cada día un poco. Mis criterios de elección siempre han sido expansivos: ¿Cuál es el siguiente reto? ¿Qué proyecto me hará llegar al siguiente nivel?
Ni siquiera me había planteado nunca si esta manera de pensar tenía sentido. Lo asumí como lo que había que hacer. Además me había funcionado bien. Hasta que dejó de hacerlo.
Aterricé en una empresa donde las relaciones humanas eran distintas a las que me había encontrado hasta ahora. Encontré mucha más política de la que sé (o quiero) manejar. La mayoría de las estrategias que me han servido y que he pulido durante años ni siquiera eran implementables. En pocas palabras, un contexto desconocido y más que un poquito reacio al cambio.
Por primera vez viví en primera persona la irrelevancia. La mínima expectativa de rendimiento en lo que hago. La posibilidad de callar, hacer y poner la mano. El cobrar por hacer basura. La sorpresa de no pensar en trabajo fuera del horario laboral y la pereza al forzarme a hacerlo. En pocas palabras: la paz mediocre, el vino aguado, la siesta rentable.
En realidad no fue así. Tuve que chocarme con un muro hasta partirme el cráneo y despertar aturdido en el mismo lugar, pero que entonces fue otro.
Obviamente quise cambiar mi contexto. A mi manera. Como lo había hecho antes. Sin prestar demasiada atención a la evidencia. Para ego, el que te dije, Diego. No se puede cambiar a las personas. Tampoco a los grupos de personas. Se puede apoyar el cambio, incluso liderarlo, pero no imponerlo. Intentarlo es, cuanto menos, ingenuo, además de inútil.
Ni que decir tiene que el camino fue doloroso en lo emocional y contraproducente en lo profesional. Mi salud mental se resintió y, dicho pronto y mal, me enseñaron la puerta.
No fue bueno, pero fue lo mejor. Mi proceso de duelo tocó fondo y una cita de Rafa Muñoz acudió a mi rescate:
Quiero dejar de hablar de las cosas malas y empezar a hablar de las buenas porque reconcentrar la mala hostia sólo me hace daño a mí y no lo sufre quien me la genera.
Mano de santo, hoyga. Como en una secuencia del tercer acto de una película mala, desperté en mi propio cuerpo pero todo era diferente: trabajo remoto, bien remunerado, horario flexible, mínima expectativa, máximo confort. Jackpot!
El fondo de mi pozo era, en realidad, un agujero de gusano a otro universo donde mi trabajo y mi profesión eran cosas distintas, ¿Quién lo hubiera dicho?
En mi trabajo soy una planta. Me limito a existir. Sólo necesito un poquito de agua y sol. Las plantas no discuten, fotosintetizan luz de monitor en dinero a final de mes. Mi trabajo acaba a media tarde, mi profesión empieza a partir de entonces.
Libros, katas, conferencias, podcasts… El blanco y negro se torna en color y la savia en sangre de nuevo. Soy, a partir de entonces, la versión de mí que más disfruto. No necesito que me paguen por ello.
Quizás algún día, mi trabajo y mi profesión vuelvan a converger, espero que lo hagan, de verdad, pero, de momento, me he liberado de esa necesidad. He encontrado equilibrio al otro lado del máximo local que había entendido como absoluto. Equilibrio inestable, quizá, pero necesario y suficiente. Por ahora.